martes, 18 de junio de 2024

Un Señor, una fe, un bautismo…

 



Efesios 4:5 nos recuerda que por más que tú y yo intentemos por todos los medios posibles destacarnos, renovarnos, mejorarnos, no lo podemos hacer por nuestras propias fuerzas, ni por nosotros m ismos, necesitamos indudablemente la ayuda incondicional de Dios, por lo que somos y seremos siempre creyentes de un mismo y un solo Dios.

         No existen dos señores diferentes dignos de alabar; no importa la denominación a la cual pertenezcas, cada iglesia tiene (o debe tener) como propósito principal, el seguir los pasos de nuestro Señor Jesucristo y las enseñanzas que nos proporcionan la Biblia para la vida eterna. Este debería ser nuestro modelo para seguir, no pautas ni requerimientos humanos, que indiscutiblemente nos apartan cada día más de la visión que Dios tiene de nosotros y para nosotros.

         Cada acto humano debería reflejar la pureza del amor de Dios, el carácter de Jesucristo y un corazón renovado, redimido y en espera de su redentor. Pero esto, cada día que pasa se vuelve más complicado y complejo; estamos recibiendo constantemente influencias del enemigo por todos los medios de comunicación que existen, donde somos capaces de sumergirnos por horas incontables, olvidándonos de cosas tan importantes como nuestra relación personal con Dios y con nuestra familia.

         Recuerdo que desde muy niña cuando desidia hacer algo, ponía todo mi esfuerzo, empeño, tiempo y dedicación, a conocer ¿cómo podría lograrlo?; fui por muchos años jugadora de tenis de campo, para el cual, todos los días me preparaba, me entrenaba y asumía todos los retos que esto conllevaba. Gracias a Dios, al esfuerzo que puse en cada entrenamiento, y al apoyo de mi familia, pude ganar campeonatos e incluso estar en la portada de las noticias nacionales en mi país, otorgando reconocimiento a todo ese esfuerzo.

         Ese mismo empeño realice cuando decidí que iba a ser licenciada en contabilidad; igualmente paso cuando decidí hacerme licenciada en derecho y cuando curse la maestría en Seguridad y Defensa en mi país; un país donde muchos pueden decir que no hay muchas oportunidades. También pude experimentar lo mismo cuando me propuse alcanzar y ejercer la posición más alta (en mi carrera profesional) que podía ocupar una persona que no es política, en una de las más importantes oficinas públicas del Estado.

         Todo esto, nadie me lo regalo, Dios venía trabajando conmigo desde que tenía 12 años, cuando ya podía entender lo que estudiaba de la biblia; esto se agudizo cuando, por medio de mi mejor amiga de la juventud, conocí a Jesucristo tal y como Él quería que lo conociera; desde entonces para cada paso que daba en los proyectos que emprendí, Él estuvo allí ayudándome, dándome las pautas con las cuales yo podía alcanzar lo que me propusiera.

         Un día también decidí, después de tantos años de haber estudiado inglés, volver a las aulas a reforzarlo, con el propósito de que mis hijos también me acompañaran y aprendieran, y se motivaran con otro idioma. En el aula de clases yo era la persona más adulta, incluso más que el profesor, pero allí estaba yo, dispuesta a aprender.

Recuerdo que un día en clases el profesor hizo las siguientes preguntas “¿Qué quieren llegar a ser; ¿qué les gustaría lograr?, ¿cuál es tu sueño o meta inmediata? ..., los demás compañeros, cuyas edades fluctuaban entre 14 y 18 años, comenzaron a contestar, unos decían que terminar con éxito la escuela, otros decían que encontrar un buen trabajo, otros tener una familia, otros hacer una carrera profesional, etc…

         Cuando llego mi turno, hubo un momento de silencio acompañado de una tierna y sincera mirada hacia mi profesor, al cual luego de haber reflexionado escuchando a mis compañeros, le conteste “Soy todo lo que quiero ser”.

         El profesor se quedó por unos segundos mirándome y luego me pregunto “¿Es usted cristiana?” a lo que le dije “SI”, y el entonces dijo “Ya lo entiendo, es usted una mujer admirable” …

         Los atributos personales son adquiridos a lo largo de nuestras vidas, y estos pueden ser modificados para bien o para mal; cada cosa que hacemos, que decidimos, que emprendemos, que soñamos, está marcada con la sangre de Cristo, la cual nos dice “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”. Romanos 12:2

Otro versículo de la biblia que me acompaña y me da fuerzas en cada acción que realizo, es el que se encuentra en Filipenses 4:13 “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Hoy te invito a que reflexiones en todo lo que has logrado y en todo aquello que te falta o que quieres conseguir, tu mejor compañero de viajes, te aseguro que será sin duda Jesucristo.

Entrégale hoy a Él todos tus planes, fortalezas y debilidades; consagra tu accionar en las manos de Dios, estudia su palabra, colmate de sabiduría, actúa con amor, dedicación, responsabilidad, humildad y actitud positiva. Todo lo que quieres lograr esta en tus manos, y lo conseguirás si también está en la mente de nuestro Dios. Confía, El hará, cualquiera que sea tu concepto de Dios.

Recuerda, “Un Señor, una fe, un bautismo”.

Hay Oloracielo. Bendiciones.


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