Una mañana del
verano de 2019, me encontraba en mi lugar habitual de trabajo; realizando las
tareas cotidianas para el cumplimiento de mis obligaciones y responsabilidades
laborales. Estaba en el segundo piso de aquel viejo edificio, me dirigí hacia
las escaleras con el propósito de buscar una información en uno de los
departamentos de la institución a la cual prestaba mis servicios en ese
momento.
Cuando me
encontraba justo a la mitad de las
escaleras, una voz me detuvo luego de responder al saludo que en ese momento le
externe; “buenos días” le dije, y esa persona me contesto: Muy buenos días señorita,
disculpe la pregunta, ¿es usted cristiana?; a lo que con una sonrisa le
conteste: “por la misericordia de Dios y para gloria de su nombre”. Esa persona
prosiguió indicándome que mi actitud reflejaba muy claramente que lo era, pero
que quería confirmarlo.
Esta breve conversación
provoco una ligera curiosidad en mí, por lo que invite a esa persona a que me
acompañara a la sala de espera para que pudiéramos platicar un poco más cómodamente;
nos sentamos por espacio de cinco minutos, los cuales fueron muy gratificantes,
pude conocer una persona que en ese momento estaba tan abrumada con situaciones
que escapaban de su control, que se sentía un poco cansada y malhumorada.
Era evidente que en
su estado, muchas cosas y personas pasaron desapercibidas por su lado, pero que
hubo algo que le llamo tan poderosamente la atención que le obligo a detenerse.
Gracias a esos
cinco minutos pude compartir una breve oración y le referí algunos versículos bíblicos
que sé, le fueron de mucha ayuda. Al despedirnos me dijo: “nunca dejes de sonreír”.
En ese momento recordé las tantas visitas que he realizado, a lo largo de mi
vida como cristiana, a personas que en ciertos momentos de sus vidas se
encuentran en situaciones de desesperanza, tristeza o agobio; y que gracias a
un trato afable, ellos son capaces de volver a creer, primero en Dios y luego
en ellos mismos.
Ciertamente Dios está en cada cosa de
las que nosotros hacemos; en cada cosa que nosotros decimos o en cada cosa que
nosotros pensemos. Si le permitimos a Dios que dirija nuestras vidas, lo que
reflejaremos es el amor de Dios para con sus hijos. Dios puede transformar al más
duro de los corazones, o al más sucio e inmundo ser humano, solamente con
reconocer que Él es Dios, que nos hizo y no nosotros a nosotros mismos. Como
dice en el libro de Salmos 100:3
Reconoced que Jehová es Dios;
Él nos hizo, y no nosotros a
nosotros mismos;
Pueblo suyo somos, y ovejas
de su prado.
Dios ha sido bueno.
Que ese Dios de paz, amor y perdón te guíen y acompañe hoy y siempre. Recuerda
que una sonrisa basta. Bendiciones.
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