La sinceridad podríamos
definirla como una cualidad humana que adorna al ser humano cuando es capaz de
actuar con honestidad, apegado a la verdad, y sin fingimiento.
Esta cualidad, o característica, inherentes del ser humano, muchos
quieren apartarla de si, arrancarla, disfrazarla, eliminarla; pero no existe
forma de apartarnos de esto, en algún momento de nuestras vidas debemos
enfrentarla, nos encontramos cara a acara con ella, y nos cuestionamos si ha
estado con nosotros siempre o ha sido solo una ilusión.
Desde el principio de la historia bíblica podemos ver que hemos
querido guardar la sinceridad en nuestras espaldas, queremos ocultarla,
utilizando diferentes excusas, motivos o razones, aparentemente válidas para
nosotros, pero que el único resultado que conseguimos es hundirnos en un mundo
oscuro lleno de mentiras; y mientras más queremos ocultar la sinceridad nuestra, más oscuro se hace
el camino.
Muchos no saben retornar de esa oscuridad, y sucumben ante las
garras de la muerte, tanto física como espiritual. Es triste ver como dejamos escapar
la vida, y nos comportamos como el mundo quiere que seamos y no como Dios desde
el principio quiso que fuéramos, para la finalidad con que nos creó.
Pero la buena noticia es que podemos volver a ese plan divino en
el momento que queramos; Dios está siempre dispuesto a reparar todo lo que se
ha roto en nosotros.
En el evangelio de Lucas dice: “Porque nada hay imposible para
Dios” (Luc. 1:37), y esto podemos aplicarlo a cualquier parte de nuestras vidas
en la que necesitemos el auxilio de nuestro Dios. Solo debemos ir sinceramente, acercarnos al trono de la
gracia, por los medios correspondientes, y recibiremos el auxilio que
necesitamos.
Este tipo de sinceridad es la que necesitamos aplicar en nuestras
vidas diariamente, reconocer que necesitamos de la presencia de nuestro Dios, e
ir y pedir su auxilio.
Te aseguro que haciendo esto, y realizando este acto con la mayor sinceridad posible, seremos capaces de
recibir lo que necesitamos. Aprendamos no solo el significado de esta palabra,
aprendamos también a aplicarla correctamente, diariamente en nuestras vidas.
Disfrutemos de las bondades de nuestro Dios, y del privilegio de
ser llamados sus hijos. Dios es bueno todo el tiempo, y recuerda que no se dormirá
ni adormecerá el que te guarda… (Salmos: 121:4-5).
Que Dios pueda bendecirte hoy y siempre; que aprendamos a ser sinceros, primeramente con nosotros
mismos, y luego con los demás; de esta manera podremos disfrutar de una vida
plena y bendecida.
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