Cristo dijo: “Mi comida es
que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Jn 4.34). Así
como la comida es para el cuerpo, la obediencia lo es para el alma y el
espíritu. Trabajar para Dios nutre, energiza, fortalece e ilumina, trayéndonos
más satisfacción que los placeres.
Aun cuando renunciar a uno
mismo duele, obedecer a Dios trae alegría. Los creyentes que prioricen la
sumisión a Él sabrán lo que quiero decir. La satisfacción se encuentra en
acercarse al Señor, sentir su aprobación y anhelar escuchar: “¡Hiciste bien, siervo
bueno y fiel!” (Mt 25.21 NVI).
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