LA CORONA DE LA VIDA…
A lo largo de la Biblia, encontramos referencias a coronas.
Echemos un vistazo a cómo revelan ellas las recompensas eternas de amar a
Jesucristo y seguirle con obediencia.
La corona de victoria. Para terminar bien la vida, los
creyentes necesitamos resistencia olímpica. Los atletas en esos antiguos juegos
eran coronados con una guirnalda perecedera de hojas de laurel. Pero cuando nos
concentramos en nuestro ministerio dado por Dios y triunfamos sobre el pecado,
se nos dará una corona imperecedera (1 Co 9.25-27).
La corona de regocijo. Cualquier creyente a quien ministramos
por el poder de Jesucristo será “nuestra gloria y gozo” ante el Señor (1 Ts
2.18-20). Solo imagine cómo se regocijará en el cielo al ver y hablar
con las personas por las que se preocupó, que aprecian su inversión espiritual
en ellas.
La corona de justicia. Seguir a Cristo no es fácil, pero hay
una gran recompensa por vivir con rectitud ante la tentación o las
dificultades. Los creyentes que procuran la vida de santidad pueden esperar lo
que ha de venir y encontrarse con Dios con una conciencia limpia (2 Ti 4.6-8).
La corona de la vida. La angustia y el dolor son inevitables
en esta vida, pero podemos animarnos porque en la adversidad se logra mucho
crecimiento espiritual. Soporte con paciencia para recibir la corona de vida
que el Señor prometió a los que le aman (Stg 1.12).
¿Qué haremos en
el cielo con las coronas que Dios nos ha dado? Las colocaremos a los pies del
Señor como tributo a Aquel que nos salvó, nos dio dones, nos capacitó y vivió
en nosotros (Ap 4.10). Todo lo bueno y justo nos llega a través del
Señor, y por eso merece nuestras coronas.
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